Clara y la penumbra by Somoza Jose Carlos

Clara y la penumbra by Somoza Jose Carlos

autor:Somoza, Jose Carlos [Somoza, Jose Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Policíaco
publicado: 2005-12-31T23:00:00+00:00


Cuando Clara despertó aquel miércoles 28 de junio, Gerardo y Uhl ya habían llegado. En sus rostros creyó percibir que aquella sesión iba a ser especial. Dejaron las bolsas en el suelo y Gerardo dijo:

—Hoy no vamos a darte color. Queremos dibujar polígonos.

Así se llamaban los ejercicios de posturas destinados a explorar las capacidades físicas del lienzo. Desayunó con frugalidad y tomó la dosis de pastillas recomendada por F&W para mejorar el rendimiento de sus músculos y disminuir en lo posible sus necesidades orgánicas. Gerardo le advirtió que le esperaba un día difícil.

—Pues vamos allá —dijo ella.

Habían traído un asiento de piel sin respaldo. Uhl lo sacó de la furgoneta y lo colocó en el salón. Apartaron la alfombra y el sofá y comenzaron a manipularla. Arquearon su espalda hacia atrás y apoyaron su rabadilla en el asiento, le alzaron una pierna, luego la otra, las extendieron y flexionaron alternativamente. Fijaron una postura definitiva y programaron el temporizador.

La inmovilidad consiste, sobre todo, en no hacer caso a nada. Recibimos avisos, señales de molestia creciente. El cerebro tensa las cuerdas de su propio potro. La molestia se convierte en dolor, el dolor en obsesión. La forma de resistir (en las academias de arte lo enseñan) estriba en identificar toda esa copiosa información y mantenerla a distancia sin rechazarla pero sin considerarla como algo que sucede. Lo que sucede, de hecho, es que la espalda está doblada o que los músculos de la pantorrilla se contraen. Más allá de estos sucesos sólo hay sensaciones: incomodidad, calambres, un caudal torcido de estímulos y pensamientos, una riada de cristales rotos. Con adecuado entrenamiento, el lienzo aprende a controlar ese cauce, a mantenerlo a distancia, verlo crecer sin que la postura se modifique.

Sumergida en su propia contorsión, la cabeza en el suelo junto a los brazos, la vista fija en la pared, las piernas en alto, la rabadilla apoyada en el asiento, Clara se sentía como una cáscara a punto de romperse para dar paso a otra cosa. No conocía nada mejor para arrancarse de la órbita de su propia humanidad que una postura incómoda. Su mente abandonaba los recuerdos, los temores, los pensamientos complejos, y se concentraba en la albañilería de los músculos. Era maravilloso dejar de ser Clara y convertirse en un objeto con una mínima conciencia de dolor.

Fue tan leve que, al principio, apenas lo notó.

Al modificar la posición de sus piernas en el aire, Uhl le acarició innecesariamente las nalgas. Lo hizo con sutileza, sin gestos bruscos o estereotipados. Simplemente deslizó la mano a lo largo de la columna tensa de su muslo izquierdo y abarcó sus glúteos contraídos. Pero apenas los presionó y se apartó en seguida. Otro borroso lapso de tiempo más tarde sintió unos dedos ásperos sobre su muslo derecho, parpadeó, irguió la cabeza y vio la mano de Uhl descendiendo hacia su ingle. Uhl no la miraba mientras la tocaba. Ella siguió inmóvil y Uhl se retiró casi de inmediato.

La invasión se hizo más evidente la tercera



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